LOS SOMBREROS DE PELO DE CONEJO
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TEXTO DE ANA BELÉN, TALLES CRISTOBAL

(El creador de esta web es hijo de uno de los últimos artesanos que se dedicaban en Tronchón a la confección de sombreros, por lo que de pequeño hasta los 12 años lo vivió muy de cerca y hasta participo en algunas de las faenas que aquí se describen. Todas las aportaciones o correcciones que hay entre paréntesis son de mi aportación con la ayuda de mi madre, sobre el elaborado trabajo que sobre los sombreros realizo Ana Belén). Pocas son las citas bibliográficas que hacen referencia a la fabricación de sombreros en Tronchón. A pesar de la importancia y el interés que una artesanía como ésta puede ofrecer todavía no se ha hecho un estudio en profundidad, y cada vez va a ser más difícil hacerlo.
SOMBREROS DE SANTIAGO SOLER , FOTO GIMENO
FOTO-GIMENO
Los últimos sombreros se hicieron en Tronchón hace aproximadamente veinticinco años, (1965-70) y desde entonces a la actualidad casi todo lo relacionado con su fabricación ha desaparecido. Por otro lado muchas de las personas que hasta última hora se dedicaron a ello han muerto o han emigrado a capitales como Valencia, Barcelona o Zaragoza.
Este articulo ha sido posible, básicamente, gracias al testimonio oral de las gentes de Tronchón que viven allí durante todo el año o vuelven periódicamente a pasar las vacaciones. En su juventud, y algunos hasta su madurez, participaron en esta artesanía. Muchas veces nos ha resultado difícil llegar a comprender todos los pasos que se aseguran e imaginar los instrumentos que usaban (1). Esperamos que este articulo sirva como punto de partida a un estudio profundo que documente del modo más completo posible esta interesante manufactura, cuyo origen se desconoce (2), antes que desaparezcan tos últimos informantes.
Sombreros bastos y sombreros finos
En las casas de los sombrereros, donde solían trabajar cinco o seis mujeres y dos o tres hombres, se hacían dos tipos de sombreros: los bastos y los finos. Las diferencias entre ambos estribaban en la materia prima usada, el proceso de elaboración seguido, la morfología de la pieza y el uso a que iba destinada. Normalmente en una casa sólo se hacían de un tipo.
Si bien en este artículo nos vamos a ceñir al estudio de los sombreros finos sin analizar cómo se fabricaban los bastos, sí nos gustaría dar a conocer algunos datos de estos últimos.
Sombreros bastos
Se hacían de lana añina y de borra. Eran pardos o negros y tenían la copa en forma de casquete semiesférico y el ala grande. Tenían fama de ser muy fuertes, pudiendo llevar sobre la cabeza sin pincharse las cargas de aliaga cuando iban tocados con ellos. Según cuentan, si cuando estaban puestos a secar por las calles los niños los pisaban jugando, el "cocot" o copa no llegaba a hundirse. Eran impermeables y se dice que se podía abrevar en ellos a los burros sin que se cruzasen o calasen. Por todo ello eran muy indicados como prenda de diario para campesinos y pastores.
Sombreros finos
Se hacían a partir de pelo de los conejos domésticos, aunque también se ha usado a veces el de los de campo. Para comprar las pieles necesarias, los propios amos de los talleres tenían que salir a los pueblos de los alrededores, llegando a pasar hasta una semana fuera. Se trasladaban en caballerías, y cada vez que llegaban a un nuevo destino se anunciaban gritando: "¡El pelejero, compro pieles!", O iba directamente a las casas donde ya sabía que se las guardaban. (El autor de esta web cuando tenia entre 7 y 10 años bajaba hasta el pueblo del Forcall acompañando a mi padre y montados en una caballería para recoger las pieles que mi tía Hortensia Gimeno y su marido Blas Agut recogían para nosotros, pasando a la vuelta por La Mata y Olocau del Rey)
Una vez que se tenían las pieles en casa empezaba el proceso de fabricación, que constaba de las siguientes fases:

— (Limpiar: Tarea que consistía en cortar la cabeza, las patas y abrirlas bien para que quedara todo el lomo entero y lo mas plano posible.)

— Secretar: Mojar las pieles con un hisopo de raíz de junquilla impregnado de azogue, aguafuerte y agua.
Previamente el azogue y el agua fuerte, en una proporción de un dedal de azogue por cada litro de agua fuerte, se ponían al sol o al fuego para que se calentaran. Luego añadían agua a esta mezcla en proporción de siete a uno, y se echaba todo en un recipiente de barro que se colocaba sobre la mesa donde secretaban las mujeres. Sujetaban la piel mediante un palo con la mano izquierda e iban pasando el hisopo con la derecha. Esta forma de sujetar la piel evitaba que los dedos se pusieran amarillos con el líquido citado.

— Secar: Una vez que las pieles estaban secretadas, se ponían a secar. Si el tiempo lo permitía se ponían al sol, y si no en el interior de las casas colgadas de unos alambres cerca de unas estufas. Secándolas de esta última forma dicen que el pelo pesaba más. (Las que estaban bien secretadas quedaban de un color amarillo)

— Cardetear: Pasar a contrapelo sobre la piel un cepillo de púas de alambre humedecido. Cuanto más cardeteada estuviera ésta, más fino quedaba el pelo.

— Secar: Tras el cardeteado, volvían a secar las pieles de la forma antes citada. En caso de secarlas en el exterior, elegían un sitio donde diese el sol y no el aire para que quedasen mejor.
Tanto secretar como cardetear eran operaciones que se levaban a cabo generalmente una o dos veces por semana. Si se hacían por la mañana, por la tarde las pieles ya estaban dispuestas para el siguiente paso.

— Cortar: Separar con unas tijeras el pelo de la piel, cortando ésta al mismo tiempo en trocitos pequeños que recibían el nombre de "retajo". Para cortar las mujeres trabajaban sentadas, con las pieles a su derecha,(izquierda) una tabla sobre las piernas y un cuévano de mimbre a su izquierda (derecha). Cogían una piel del montón y empezaban a cortar de manera que el pelo cayese sobre la tabla y el "retajo" al suelo.
(El retajo tenia que ser tan pequeño como se pudiese pues así se aprovechaba el máximo de pelo y era de un tamaño de 3 a 4 centímetros de largo y unos 2 o 3 milímetros de ancho. El retajo sobrante se usaba como abono en el campo y también hirviéndolo para hacer cola para la pintores).
Cuando tenían un montón de pelo sobre la tabla, lo "remangaban" con las tijeras al cuévano. Muchas veces se cortaban en un dedo con las tijeras se hacían pizcos" y para frenar la hemorragia se enrollaban en la herida un trozo de piel de conejo.
Cortar, según nos contaron, "era una cosa muy sucia y muy limpia". Muy sucia porque todo se llenaba de pelo, y muy limpia porque el retajo tenía que quedar sin pelo, para que cuando los amos lo revisaran no pudieran decir que "lo habían cortado muy basto".
(Al terminar de cortar el pelo se pesaba para saber lo que se debía pagar a cada mujer que lo había cortado. Después se pesaban montones de pelo para los distintos tamaños de sombreros 4 onzas los pequeños, 6 los normales y 7 onzas los grandes)

— Arcar: Ahuecar el pelo del conejo ya cortado en el arcadero.
En el arcadero se encontraban el tablero, el arco, y el tocho. El tablero era una mesa de forma rectangular o cuadrada, de aproximadamente dos metros de lado. Sobre él se colocaba el pelo cortado.
El arco (fig. 1) de madera, de unos 2,25 metros de longitud, tenía de extremo a extremo una cuerda de tripa. Un hierro clavado en la vara de madera o arco propiamente dicho servía para colgar este instrumento del techo mediante una cuerda, de manera que la cuerda de tripa quedase aproximadamente a la altura de la cintura de la persona que arcaba. El tocho, de madera, era como una mano de mortero con cabeza en los dos extremos.
Colgado el arco del techo con la cuerda de tripa en la parte inferior, se movía con una mano mientras que con el tocho que sujetaban en la otra iban pasando el pelo por dicha cuerda.

— Bastir: Aglutinar el pelo para empezar a formar el fieltro.
Para ello lo extendían sobre una piel de ternero que llamaban "la carta". Lo iban humedeciendo con agua, y extendiéndolo y enrollándolo conseguían una pieza de fieltro grande de forma triangular.

—Fular: Ir enfurtiendo el fieltro antes resultante en unas calderas con agua hirviendo y vitriolo para que fuese "entrando", es decir, adquiriendo el cuerpo necesario.
Las calderas eran de cobre y estaban fijas al suelo mediante obra, quedando entre éste y la caldera un espacio para el fuego que hacía hervir el agua. En torno a su borde que una vez instaladas llegaba hasta la cintura se ponían tres tablas semejantes a las de lavar la ropa, de manera que pudiesen trabajar en cada caldera tres hombres. Estos, para protegerse del agua hirviendo y del vitriolo, se colocaban unas manetas de madera cuando restregaban el fieltro.

— Hormar: Dar al fieltro la forma de sombrero colocándolo sobre una horma de madera.
Estiraban el fieltro con las manos y se ayudaban de unas cuerdas que enrollaban en torno a la horma para ir formando la copa o "cocot" y el ala.

— Secar: Los sombreros, ya con la forma de la cabeza, se secaban, si el tiempo lo permitía, al aire libre por las calles y las plazas. (Yo mismo los llevaba y los traía a la era en mi infancia y es un recuerdo que aun perdura.) Los niños a la salida del colegio se divertían recogiéndolos y llevándolos a las respectivas casas. Si era invierno se colocaban cerca de las estufas o se llevaban a secar al horno de pan donde dejándolos por la noche estaban listos a la mañana siguiente. (Al horno solo se llevaban si el pedido era urgente)

— Toscar: Pasar repetidamente por el sombrero una piedra volcánica llamada tosca, para dejarlo lo más fino posible.
Esto se hacia colocándolo sobre una horma con forma de cabeza. La tosca, que con el uso se iba desgastando, no debía ser muy grande para no dañar la mano. La mayor parte de los sombreros que se hicieron los últimos años ya no se toscaban.

— Armar: Volver a dar forma al sombrero, algo desfigurado tras el toscado, sobre una horma. Para armarlo se humedecía previamente. (En la caldera con agua caliente y se ataban a la horma.)

—Secar: Se eliminaba la humedad, quedando así preparado para la siguiente operación.

—Engomar: Aplicar al sombrero una mezcla de cola y agua para que adquiriese rigidez. La cola la conseguían hirviendo el "retajo" que había quedado al cortar el pelo (3).

—Secar: Se eliminaba la humedad, quedando así preparado para la siguiente operación.

—Planchar: Pasar una plancha al sombrero terminado, puesto sobre una horma, para dejar el fieltro bien asentado. (Sé hacia con planchas de hierro macizas que se ponían a calentar delante del fuego y se iban cambiando cuando se enfriaban, también se usaban las llamadas planchas de vapor que contenían carbón dentro de la plancha y así duraba mucho más el calor.)

—Arreglar: Añadir los complementos necesarios.
El "cocot" se forraba de seda, la transición del ala a la copa, se remataba con una cinta de seda por el exterior y una tira de badana por el interior, y en la parte baja de la copa se perforaban los ventiladores, uno a cada lado.

Los talleres, los artesanos y el producto
Las sombrererías que hubo en Tronchón eran industrias caseras dedicadas a esta artesanía durante todo el año (4). No se requerían construcciones especiales las calderas se instalaban bien en los sótanos, bien en la entrada o portal. Solía haber una en cada casa, pero podía haber una segunda, menor, en la que tenían de negro algunos sombreros después de toscados. En la primera planta estaba el arcadero con tantos tableros, arcos y tochos como hombres trabajasen en la casa, y la estancia en la que las mujeres solían trabajar. No obstante, hemos de tener en cuenta que en la distribución de estos talleres no existen reglas fijas, adaptándose normalmente a la estructura de cada vivienda.

Antiguamente eran muchas las casas del pueblo donde se realizaban sombreros (5) y muchos los vecinos que, desde temprana edad y hasta muy mayores, trabajaban en ellas.
(Entre los años 50 y 60 quedaban 5 casas donde se hacían sombreros nombro a continuación los que fueron plegando y el año aproximado son fechas que tratare de confirmar.)
Isidro Escorihuela en el planillo...........1956
Inocencio Magrazo...............................1960
Emilio Conesa.......................................1964
Angel Gimeno Gascón..........................1965
Ricardo Soler........................................1968

Aunque no había un número fijo de personas trabajando en cada casa, lo más frecuente era que contaran con cinco mujeres y tres hombres. Ellas estaban encargadas sobre todo de secretar, cardetear, cortar, toscar y arreglar. Ellos de arcar, bastir, fular, hormar y engomar.

No tenían horarios, comenzando a trabajar cuando querían. Algunas mujeres nos contaron que en verano empezaban a las cinco de la mañana, dejándolo para comer iba cada una a su casa y volviendo a empezar a las dos de la tarde. Si alguno tenía que ir al campo, no iba a los sombreros. Incluso nos dijeron que, si cortando el pelo les entraba sueño, ponían en vertical sobre las piernas la tabla de cortar y apoyaban en ella los brazos y sobre éstos la cabeza para dormir un rato. Pero todo esto no tenía demasiada importancia debido a la forma de pago que los amos establecían. A las mujeres sólo se les pagaba atendiendo al peso del pelo cortado.
Según nos informó Consuelo Conesa en cuya casa se fabricaron sombreros hasta hace aproximadamente cuarenta años, hacia 1930 las mujeres cobraban veinticinco céntimos por cada libra de pelo y, tras algunas protestas, consiguieron cobrar treinta y cinco céntimos por este mismo peso. Unos veinte años después, según Milagros Ferrero y Felicidad Gascón, dedicadas durante varios años a cortar pelo, cobraban cincuenta céntimos por libra. (años 50)

La dueña era la encargada de pesar el pelo cortado. Como pesas, además de las tradicionales de hierro, usaban muchas veces cantos de río de peso conocido. Solían pesar todas las tardes, pero no se cobraba a diario, pudiendo retrasarse el cobro varias semanas. Para llevar las cuentas, los nombres de las mujeres estaban escritos en la pared y junto a cada uno lo que la dueña les debía. También se apuntaba lo que ellas debían a los amos, pues a cuenta de lo que ganaban compraban en la misma casa productos como jabón, aceite, queso, etc. que los amos traían de sus viajes.

A los hombres se les pagaba por pieza dispuesta para secar, ya fulada y hormada. Hace unos cincuenta años cobraban una peseta por sombrero, y podían hacer un máximo de tres al día. (y hasta 4 alargando la jornada) Parece que este precio se mantuvo durante bastantes años.
De la venta de los sombreros se encargaban los amos, que salían a venderlos con las cargas en las caballerías, pasando varios días fuera. Recorrían pueblos de las provincias de Teruel y Castellón. Según Madoz los llevaban a vender a Zaragoza y otros puntos; según Jaime Palao al Bajo Aragón y Castellón de la Plana; y según José Altaba llegaban hasta la provincia de Huesca. Cerca de Olocau del Rey está la ermita de San Marcos, donde todos los años por San Juan los sombrereros de Tronchón bajaban a la feria con sus machos cargados con sacos de sombreros, siendo raro que volvieran con alguno.

Los sombreros, grises o negros, eran de distintos pesos seis, siete y nueve onzas y con diferentes tamaños de ala y "cocot".
(En los últimos años se hicieron algunos sombreros blancos con pelo de conejo blancos, estos eran de encargo y sin toscar.) Hace unos cincuenta años, según Consuelo Conesa los precios oscilaban entre las cuatro y las siete pesetas.
Aunque muchos de los habitantes de Tronchón se dedicaban a la fabricación de sombreros, no todos poseían uno fino. Por eso cuando alguien moría, muchas veces se acudía a casa de los sombrereros a pedir prestados tantos como parientes carentes de esta prenda acudieran al acto. Una vez finalizado éste, se los devolvían, y los amos, aún usados, los vendían.

Para terminar, transcribimos una copla recogida en Tronchón, muy popular en los pueblos de la zona:
"En Villarrubla hacen zuecos,
en La Cañada cucharas,
y en Tronchón hacen sombreros
que no valen para nada."

Es lógico pensar que esta referencia peyorativa a los sombreros no es sincera. Su laborioso proceso de fabricación y la cantidad de puntos donde se vendían los acreditaban como piezas artesanales de gran calidad.
En la actualidad este oficio ha desaparecido completamente en Tronchón y con él casi la totalidad de los instrumentos que se empleaban. Por ello, este artículo no habría sido posible sin el testimonio oral de las personas que participaron en esta manufactura.

Desde aquí agradecemos la colaboración de todas ellas, especialmente la de Milagros Ferrero, Felicidad Gascón, Consuelo Conesa y su marido Segundo, Custodio Magrazo, y Marcos Mateo.

NOTAS
(1) Sólo hemos tenido ocasión de ver dos o tres arcos y el mismo número de hormas.
(2) José Altaba hace referencia a su posible origen árabe.
(3) También el "retajo" tradicionalmente lo vendían los amos como abono para el campo.
(4) Jaime Palao Aranda se refiere a esta artesanía de Tronchón como a una industria casera de invierno. Hemos hecho hincapié en esta pregunta durante nuestro trabajo de campo, y todos los informantes han coincidido en señalar que se trabajaba en los sombreros durante todo el año.
(5) Ni Sebastián de Miñano ni Pascual Madoz especifican el número. El Censo Electoral de Teruel de 1912 recoge el nombre de 19 sombrereros en Tronchón.
BIBLIOGRAFÍA
— ALTABA ESCORIHUELA. José: Cantavieja y su baylía. Madrid, 1978.
— Alumnos de Segunda Etapa de la Escuela Pública de Tronchón. "La fabricación de los sombreros" Diario de Teruel; Teruel 9 mayo 1985.'
— Censo Electoral de Teruel de 1912.
— MADOZ, Pascual: Diccionario Geográfico-Estadístico e Histórico da España y sus posesiones da Ultramar. Madrid, 1849. Tomo XV.
— MIÑANO, Sebastián de: Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal. Madrid, 1828. Tomo IX.
— PALAO ARANDA, Jaime: "Estudio químico-económico del queso de Tronchón". Teruel, n.° 23. Teruel, 1960.

Notas de Armando Ayora
En mi familia también éramos sombrereros, al menos desde el siglo XVIII, en el pueblo tengo todavía unos capítulos matrimoniales de mis tatarabuelos en los que los padres de la novia dan al matrimonio como dote los aparejos para montar un obrador de sombrerería como tenían ellos.
Llegó a tener una docena de empleados (por lo que debía de ser una de las más fuertes del pueblo) antes de la guerra. Los sombreros los ponían a secar en la Plaza de la Iglesia y la cubrían totalmente a excepción de un pequeño camino para atravesarla y llegar a la Iglesia.
También me decía mi abuelo que los sombreros se vendían fundamentalmente en la zona, pero que también se llegaron a llevar a Zaragoza y Barcelona, sobretodo a la primera, habitualmente.

ESCANEADO DE FOTOS, TEXTO Y COMPOSICION DE LA PAGINA POR
ANGEL GIMENO 22-11-2001