(20) MARCOS MATEO CONESA

Prologo del libro "El sitio de Baler" 4ª edición escrito por D.José Martínez Ruiz "Azorin" del año 1946

"...En Luzón, a ciento ochenta kilómetros de Manila, se estaba escribiendo la página más brillante que desde Numancia, sí, desde Numancia, ha escrito el heroísmo español. Cosas muy admirables se han visto en la guerra europea; no se ha visto ninguna superior a la defensa de Baler. Enrique de las Morenas, Juan Alonso y Saturnino Martín Cerezo, jefes del destacamento sitiado, son nombres que, con los de los muchachos acaudillados por ellos, pueden citarse junto a los más preclaros".

"Baler es un pueblecito situado cabe al mar. Se halla de cara al Pacífico. Contaba con un grupo escaso de casas dispersas y una iglesia. En esta iglesia se refugió el destacamento mandado, primero por Las Morenas después por Alonso; después fallecidos estos, por Saturnino Martín Cerezo. Cerezo fue el que rigió los destinos de la corta tropa más número de días. Casi toda la defensa de Baler fue dirigida por Cerezo.

La iglesia era reducida y de muros débiles. Se encerró en ella una cincuentena de hombres. Se taparon las ventanas. En torno de la iglesia muy próximo a sus paredes, el enemigo formó una recia trinchera. Comenzó la defensa. Iban pasando los días, las semanas, los meses. Los víveres se acababan. Desde el primer día carecieron de sal; las vituallas almacenadas se fueron averiando. Llegó un momento en que la harina de los sacos estaba hecha pelotones, y los garbanzos carcomidos por los gorgojos, y el arroz reducido a polvo, y putrefactas las sardinas en conserva. El sitio seguía riguroso. La defensa era obstinada. Se le enviaban a los sitiados, de tarde en tarde, mensajeros de paz; pero los sitiados los desdeñaban.

Reducidos al interior de la iglesia, tabicaron las ventanas, la ventilación era deficiente; se respiraba un aire denso y viciado. Comenzó a asomar la terrible epidemia del beri-beri. Daba principio el mal por los pies. Se hinchaban las extremidades inferiores con tumefacciones dolorosas; iba ascendiendo el mal, y poco a poco, entre dolores agudísimos, acababa la vida del atacado. Había que mantener centinelas día y noche. Hubo precisión de llevar los enfermos, sentados en sillas, para que durante las seis horas, con el fusil entre piernas, hicieran la guardia en lo alto de los muros.

La serenidad y constancia de los sitiados no se alteraba. Habían formado unas listas en que figuraban todos los más o menos próximos a morir. Estaban los más enfermos los primeros. "Tú vas a ser el primero en morir", se le decía a un enfermo. Y el enfermo, sonriente sin dar importancia a su muerte, donaba una cantidad para el que había de abrirle la fosa. Se iban acabando las provisiones. Se sentía ansiedad por comer algo nuevo y fresco. Todo lo que se devoraba eran cosas averiadas, descompuestas. Se ideó coger en una huertecilla próxima hojas de calabacera; se las comía con delicia.

Saturnino Marín Cerezo y el médico Vigil, muchas noches, sin que lo supiera nadie, salían expuestos a las balas enemigas y se daban un banquetazo de grama. El techo fue destruido por el cañón enemigo.Caía la lluvia e inundaba los lechos. Apenas se dormía. La ropa se había gastado. Iban todos vestidos de andrajos. No había calzado. Se iba también casi descalzo. A todo esto el enemigo no cesaba de enviar mensajes de paz. Acabaron los sitiados por decir que no recibirían ya a ningún emisario. ¡Y nadie se acordaba de los sitiados! "¡Estaba esto tan solitario y tan lejos!" -dice Martín Cerezo en el libro dedicado al sitio-.

La bandera española que flameaba en la torre se había consumido por el sol, la lluvia y el viento. Afortunadamente, en la iglesia pudieron encontrar telas de color amarillo y rojo. La bandera que amparaba a todos fue rehecha. Pero la torre a fuerza de cañonazos, se vino abajo. La defensa había llegado a límites infranqueables. Parecían todos espectros salidos de la huesa. Tal estaban de exangües, pálidos y descarnados. Llegaban los postreros días del sitio. Había comenzado éste en febrero de 1898 (-esta fecha corresponde a la llegada del destacamento, y el verdadero repliegue y sitio de la fortificada iglesia fue a últimos de junio-)

Entregadas las Filipinas, no había razón para continuar más la resistencia. Duró la resistencia 337 días. Se escribe eso rápidamente. No se piensa lo que esos 337 días representan en un local cerrado, infecto, sin víveres, sin ropa, inundado por la lluvia, sin sal, sin agua saludable, sin zapatos, agotados por la epidemia, sin poder dormir. ¡337 días de serenidad, de constancia, de heroísmo!. Sí, desde Numancia no se ha dado caso tan extraordinario en España. ¡Y casi sin gloria! ¡Sin gloria clamorosa, resonante, trompeteada! ¡Estaba aquello tan lejos y tan solitario!"

"La capitulación se hizo con todos los honores, los máximos honores, para los sitiados. Treinta y dos soldados fueron los que quedaron. ¿Qué nación en Europa puede mostrar ejemplo de tal heroísmo?".- ... Madrid, 1935-Azorín."

Prólogo de la 4ª edición año 1946 por D.JOSE MARTINEZ RUIZ "AZORIN" Del libro: EL SITIO DE BALER Y "LOS ULTIMOS DE FILIPINAS"