(20) MARCOS MATEO CONESA

BREVE COMENTARIO SOBRE EL SITIO

Del trabajo de Ortiz Armengol, resumiremos los principales hechos y actuaciones de los sitiados en la iglesia de Baler.

Concretamente, y tras haber ocurrido anteriormente sangrientos combates con los destacamentos que iban a poner orden, parece establecerse cierta pacificación en la isla de Luzón, y se ordena el relevo de una compañía del capitán Roldán. Y el 7 de febrero sale de Manila una fuerza de 50 hombres al mando de los tenientes, Juan Alonso y Saturnino Martín, a la que acompañaba "habiendo coincidido con nuestra partida" el Capitán de Infantería D. Enrique de Las Morenas y Fossi, nombrado Comandante Político-Militar del Distrito en sustitución de Roldán. Con ellos iba en función de "médico provisional" D. Rogelio Vigil de Quiñones. Esta fuerza pertenecía al Batallón de Cazadores Expedicionario, nº 2, como los que anteriormente habían prestado servicio en aquel puesto lejano. Llegaron a Baler, por vía marítima, el 12 de febrero.

Allí vivía el Maestro Lucio Quezón, casado con la mestiza española Maria Dolores Molina, que también era Maestra, ejerciendo ambos sus funciones en Baler con niños y niñas respectivamente. Es importante esto, ya que fueron los padres del que después llegó a ser Presidente de Filipinas , Manuel L. Quezón. Como el Maestro D. Lucio había sido antes sargento de la Guardia Civil filipina, tenía gran amistad con los españoles, y al relacionarse con sangre "castila" por su matrimonio, ejercía gran influencia en Baler. Fue consejero del capitán Las Morenas y era el encargado de que los balerenses cumplieran con la obligación de prestar quince días al año de servicio gratuito a la comunidad. Era un odiado servicio que se conocía con la denominación de "polo". El caso fue que, a los pocos días "el pobre maestro fue asesinado por algunos del pueblo".

Por entonces los dirigentes insurgentes filipinos de aquella zona eran Teodorico Luna Novicio y Calixto Villacorta.

En la segunda quincena de mayo de 1898 las partidas tagalas cerraron las comunicaciones del Distrito con Manila; ya el 1º de mayo la flota española había sido hundida en Cavite por la flota norteamericana, al haber declarado Mac Kinley la guerra contra España el 26 de abril.

La guarnición de Baler, allí perdida, y sin poderse comunicar con el mando era un problema grave más pero no el problema principal, pues se sabía que otras guarniciones se iban defendiendo bien.

A finales de junio se producen en el destacamento deserciones, los dos sanitarios indígenas e incluso un español llevándose ropa y dinero; el 27 las cosas están claras: los vecinos del pueblo se han alejado. Ello significa que algún ataque se estaba tramando, y entonces la tropa y el párroco se instalan en la iglesia a la que se trasladan vituallas y abundantes municiones. Deserta otro soldado. Hay descubiertas alrededor de la iglesia, tiroteos y heridos. El estado de sitio ha comenzado hacia finales de junio.

El 13 de agosto había capitulado Manila ante los americanos vencedores de Cavite.

A partir de 1º de julio llegan al reducto las demandas de capitulación. La primera va acompañada de oferta de alimentos y de cigarrillos para cada uno. Las Morenas devuelve el obsequio con un regalo de puros de tabaco de marca y una botella de Jerez. Desde esos momentos nadie creyó las noticias que les enviaban los filipinos.

Calixto Villacorta amenaza al destacamento con un ataque masivo si no se rinde. Esto sucede el 19 de julio; y al día siguiente el reducto contesta "que seguirán cumpliendo con su deber, y que si logra entrar el enemigo en la iglesia no encontrará más que cadáveres".

Como ya se ha dicho, los franciscanos Felix Minaya y Juan López, que habían estado presos en Casiguran por los "katipuneros" (especie de bandoleros indígenas, enemigos a muerte de los "castila" o españoles y totalmente anticleriales) fueron enviados a Baler, y el comandante Villacorta se valió de ellos para enviarlos a los sitiados para que los convencieran de capitular, el 20 de agosto, y en vez de parlamentar, se quedaron con ellos. Especialmente el padre Minaya fue un escepcional testigo del sitio, debido a que fue escribano y guardó sus memorias. Quizás no sabían ni unos ni otros que Manila había caído el día 13 del mismo mes de agosto. Los dos frailes asistieron al párroco fray Cándido Gómez Carreño en su muerte a causa del beri-beri. El padre Minaya hace constar en sus memorias la enfermedad que aquejaba también al capitán Las Morenas: "anemia cerebral que le hacía soñar y delirar, en conversaciones imaginadas, con su esposa e hijos allá en España".

En Octubre muere el teniente Alfonso Zayas, y el 22 de noviembre falleció el capitán Enrique de Las Morenas. En aquel momento quedaban a las órdenes del teniente Martín Cerezo, 35 soldados, 3 cabos y un corneta, el médico Vigil y dos frailes. Total, 42 hombres.
EXPLICACIÓN PLANO
1-Puerta
2-Baptisterio con tres aspilleras
3-puerta que da frente al camino del río
4-Entrada a las trincheras
5-Plantaciones de pimientos y tomates
6-Línea del coro
7-Altar mayor
8-Puerta de entrada a la sacristía
9-Sacristía
10-Puerta de la sacristía al corral
11-Boquete de salida al foso de la trinchera de la sacristía
12-Paso del 1º patio al corral ó 2º patio
13-Pozo
14-Escusado
15-Urinario
16-Patio de aseo con agujeros para salida
17-Trinchera con su foso
18-Ventanas aspilleradas
19-Horno que se construyó
20-Barandilla del presbiterio
21-Parapetos construídos encima de los muros
22-Pozo negro
23-Entrada del convento
24-Atrincheramiento puerta sacristía
25-Foso y trinchera de la sacristía

Hay en el sitio escenas y episodios que alcanzan matices de leyenda por casi lo inverosímiles que fueron. De momento, como seguían llegando incitaciones a la rendición, estas se rechazaban sin respuesta, para no dar a conocer que ya no respondían ni Las Morenas ni Alonso. Y la "escena de sombras" que era aquel espacio cerrado por los huecos aspillerados, es escenario de una especie de guerra psicológica por ambos lados. Los atacantes hacen ostentación disparando sus cañones de pequeño calibre, atacan por varios lados buscando blanco en los centinelas, producen griteríos, tensiones y cansancio. El fraile Minaya dice" que parecía que iba a atacar Aguinaldo con todo su ejército..." Los sitiados, por iniciativa del teniente, salían al corral, cuando disponían algún rato de juerga, para cantar coplas y tocar palmas, "lo que sacaba de quicio" al enemigo, que insultaba y redoblaba los disparos. En este ambiente de alucinación, sobre las tumbas de trece compañeros ya enterrados allí, -suelo sagrado donde existía el humor macabro de elegir sitio-, se solían tomar algunas iniciativas.

Un voluntario "cuyo nombre merece colocarse muy alto, Juan Chamizo Lucas", a quien por cierto acompañaba otro; José Alcaide Bayona, que al final fue el desertor que más perjudicó al destacamento, con serenidad "increíble" reptó (Chamizo) hasta las mismas aspilleras enemigas y prendió fuego a unas casas de caña y palmas, donde tenían emplazados los pequeños cañones, pudiendo regresar indemnes.

Hambre y escorbuto. Siguen las muertes; el médico Vigil dice al teniente que se "acaba" que se muere. No hay otro remedio que efectuar alguna salida para coger calabazas, plataneras silvestres y hierbas que la lluvia ha hecho crecer en la tierra de nadie; hay que paliar el mal gusto de lo que llevan comiendo desde hace diez meses en estado de putrefacción.

El día 14 de diciembre el cabo Olivares y catorce soldados dan un golpe de mano para incendiar casas desde donde se les dispara, valiéndose de trapos empapados de petróleo; incendio que el viento favoreció dejando limpia una zona de 200 metros de radio, aliviando así los disparos a la caza de centinelas. Además de la alegría de aquella sorpresiva victoria, se logró un precioso botín de calabazas, naranjas de la plaza pública, clavazón y maderos, además de permitir abrir por primera vez el portalón principal de la iglesia, con inmediata mejoría de los enfermos y de los no enfermos. Minaya dice en sus memorias que "la apertura del aire fue ovacionada, los enfermos fueron sacados al sol por vez primera en casi un año, y comieron con fruición tallos de plátano, hojas de calabaza, fuertes pimientos conquistados y otros vegetales, que hicieron casi el milagro de que desaparecieran las hinchazones de aquellos esqueletos ambulantes".

Y el optimismo de entonces se prologó hasta la Nochebuena, que se celebró con ruidosa charanga con los instrumentos musicales que había en la iglesia y su acompañamiento de gangarros, y con un menú extraordinario de dulce de cortezas de naranjas y café. Participaban en aquella celebre Nochebuena, 2 heridos graves, 15 enfermos de beri-beri, 3 enfermos de disentería y 2 con calenturas tropicales. Al día siguiente, Navidad, Calixto Villacorta anuncia que acuden como parlamentarios un capitán del ejército español y un franciscano conocido, portadores de sendas cartas. Gestión infructuosa porque los "alucinados defensores seguían creyendo que todas aquellas noticias sobre la pérdida de Filipinas eran añagazas".

Detalles que señala Minaya en sus memorias: cencerrada al emisario, celebración de la Navidad con un concierto de música - al cornetín, el cabo Olivares (zapatero de Caudete de Albacete); al bombardino, el soldado Planas (cerrajero de San Juan de les Abadeses, Gerona, y al tambor y a los timbales consistentes en latas de petróleo vacías, otros virtuosos de Palencia, Murcia, Orense y Cuenca. (Alguien aseguró que los instrumentos fueron encontrados por el requenense Loreto Gallego y el corneta Gonzalez Roncal).Hubo pasos de teatro, números de zarzuela, equilibristas. El fraile Minaya relata rudamente -como hubo de ser- lo cómico y lo patético en esta alucinante despedida de fin de año 1898 por aquel grupo esforzado.

Una noche les dejaron un montón de periódicos de Manila "que daba asco leer"; los dejó el capitán Belloto, emisario al que no se le hizo ningún caso. Que si se había firmado la paz en París el 10 de diciembre; que si los americanos habían entregado a España veinte millones de dólares. Que si España había renunciado a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam en las Marianas... ¿Cómo podía entenderse -según creyó y comentó Cerezo con Vigil, rasgando los periódicos- quién era el vencedor y quién era el vencido?. Por supuesto, tampoco quisieron creerlo los treinta y tantos soldados que quedaban.

Y siguen aguantando con arroz descascarillado (palay le llamaban) algunos tallos de calabacera, sardinas en lata en muy mal estado, restos de "tocino insoportable"... y las memorias de Minaya mencionan un floreciente comercio, intrasoldados, de ratones, culebras y algún que otro cuervo que caía por allí.

Y sigue nueva embajada que el General Ríos, el último general que quedaba en Filipinas, envía al capitán Olmedo. Era el 14 de febrero de 1899. Dudando del emisario una vez más, el teniente no quería que en el exterior se supiera el fallecimiento del capitán Las Morenas. Insiste Olmedo en ver a Las Morenas, y nada consigue, y se retira dejando unos pliegos del General Ríos. El teniente contesta lacónicamente: "quedamos enterados". Y el sitio sigue...

Pero el 24 de febrero surge un gran problema. Al soldado Antonio Menache Sánchez se le rompe el espíritu y un centinela del reducto le sorprende queriendo escapar por una ventana; llevaba su fusil y equipo y falló en su intento. Lloroso y jurando arrepentimiento, acabó por reconocer su delito y por acusar a uno de los cabos (Vicente González Toca) y a otro soldado (José Alcaide Bayona) de tener la misma intención. Martín Cerezo se vio en la obligación de hacerlos prisioneros, por "convictos de otros hechos gravísimos, aún cuando no extraños a sus deberes militares", y de asegurarlos con grilletes, habilitando como cárcel el pequeño baptisterio, a la vista de todos. (En este suceso tan lamentable, Martín Cerezo dio las gracias al soldado Loreto Gallego, por haberle dicho días antes, que algo tramaba Menache, quien le había pedido el dinero que Gallego le guardaba) Eran tres hombres menos para el servicio, y una atención especial hacia ellos; un ejemplo peligroso y una cierta desmoralización al verse rota la unidad del grupo, que, por cierto no tuvo más complicados en aquella abortada conjura.

En los últimos días de febrero, una inesperada ventura. Unos carabaos o búfalos de agua, irrumpen -quizás por negligencia de los sitiadores- en la plaza donde está la iglesia. Al principio se sospechó si sería una nueva añagaza para obligarles a salir ante la provocación de tanta comida a sus alcances. Pero los españoles vista la necesidad, cobraron una primera pieza que - imposible de guardar en aquel clima, sin disponer de sal- se comieron en tres días, sin limitaciones en este impensado festín. Un segundo carabao fue muerto el 6 de marzo, y el día 12 un tercer animal de esta clase que hubieron de cobrarlos arrastrándose hasta el foso bajo el fuego enemigo. Además de estos banquetes, resultó que su durísima piel sirvió para fabricarse abarcas, de las que estaban muy necesarios. (Allí la destreza del cabo Olivares, zapatero, enseñando a hacer abarcas a sus compañeros, y la del sastre Ripollés, de Morella, enseñando a suplir ropa deshecha, con las sábanas de la enfermería y las viejas cortinas de la iglesia...)

El día 11 de abril, los sitiados oyeron cañonazos, y pensaron en algún desembarco amigo para salvarlos, pero la alegría del momento acabó al día siguiente tras una noche de insomnio y espera. Había sucedido que el cañonero americano "Yorktown" había sido enviado para desembarcar su tropa y rescatar a los sitiados de Baler, en cumplimiento de un deber ante la Comisión española. Pero la misión fue un desastre. Los que desembarcaron fueron muertos, heridos o hechos prisioneros por los tagalos sitiadores. Fue un error del mando filipino, pues si no hubieran impedido el intento del "Yorktown" se habría logrado el fin de la resistencia.

El día 8 de mayo, una granada hiere levemente a los presos. Y mientras Vigil les atiende se les coloca en el centro del templo para reparar los desperfectos del boquete. Al rebajarse la vigilancia uno de ellos, Alcaide, logra quitarse los grilletes y salta a una ventana y, aunque tiroteado, realiza la "hazaña" de llegar hasta los enemigos.

Ahora el jefe enemigo es el Teniente Coronel Tecson, quien inicia nuevas ofertas de paz; todas las noches desde los parapetos contrarios se exhorta a la paz y a la rendición "y que aceptaría las condiciones que se propusieran". Y el fraile Minaya dice más: que las voces contrarias ofrecían amistad, que ahora filipinos y españoles luchaban juntos contra el nuevo enemigo común...

No se les contestaba porque no se les creía. Por ello Tecson pierde la paciencia y el 27 ordena un serio ataque, que se logra rechazar. La bandera está deshecha tras un año al aire, al sol y a la lluvia del trópico, pero por fortuna se cuenta con unas sotanas rojas de los monaguillos y con una tela amarilla de mosquitero y se hace una nueva. (A este respecto, nuestro paisano Loreto Gallego, entre las pocas cosas que decía sobre aquellos sucesos, aseguraba que fue él quien colocó en lo alto la nueva bandera).

El día 28 de mayo se presenta a parlamento el Teniente Coronel Aguilar, del Estado Mayor, con otro español que lleva una bandera española. Va también un fotógrafo profesional de Manila, el señor Arias, que saca unas placas al aproximarse aquel Jefe a las avanzadas españolas. Aguilar va de uniforme y ofrece que se vea su documentación. Martín Cerezo lo cree innecesario; y lo que cree es que si es un Teniente Coronel español, también puede ser un desertor de los que por desgracia hubo con frecuencia. Y a pesar de que el barco que lo llevó allí, el "Uranus" era visto desde la torreta - que ya estaba también casi abatida, los sitiados lo creyeron "como un lanchón sin importancia, y como si fuera una ilusión óptica". En resumen, que tampoco Aguilar fue creído, y se tuvo que retirar sin conseguir nada,- El padre Minaya emplea en sus memorias los términos justos; los "prejuicios ciegan" y "anulan la razón las ideas preconcebidas"... Los nervios hacen que aquellos alucinados tomen a risa el "tinglado" del enemigo (al hacer pasar varias veces por la cercanía de la costa al vaporcillo) y que no era tal "tinglado" sino una realidad esta vez.

Antes de retirarse Aguilar, viendo que no era creído, preguntó a Martín Cerezo qué propósitos tenía. Y el teniente le contestó, que "abrirse paso hasta Manila a través de la selva y las montañas". Y Aguilar, que le dice ser este objetivo un disparate, tuvo el elegante acierto de desearles suerte y con el deseo de "me alegraré verles a ustedes allí" y se retiró. Pero no pudo sospechar que su viaje no habría de resultar inútil, como pareciera. Dejó en el suelo un paquete de periódicos españoles, sin sospechar la importancia que ello iba a tener.

El 31 de mayo preparaban la salida a la desesperada. Habían muerto allí 13 hombres por enfermedad y solo dos por disparos enemigos, pero entre los supervivientes la mayoría ha sufrido heridas graves o leves -incluido el teniente, el 13 de octubre, y el médico Vigil el 9 del mismo mes, grave- pero aún faltaban otros muertos por disparo: el más tremendo suceso de todo el sitio de Baler.

Fue un momento terrible. Es sabido que fueron tres los detenidos por haberse conjurado para la deserción. Uno de ellos, Alcaide, había logrado escapar. Quedan dos: el cabo Vicente Gonzalez Toca, y el soldado Antonio Menache Sánchez.

Aprestándose para la salida "in extremis", se destruyen las armas sobrantes -las de los muertos-, se aprestan abarcas para la larga marcha en perspectiva, se distribuye munición y se fija la fecha para el 1º de junio... Y en aplicación de los artículos 35 y 36 del Código de Justicia Militar, y de los Bandos de capitanía General del Archipiélago, para él vigentes, se vio el jefe del destacamento en el terrible dolor de ordenar la muerte de los dos presos, ejecución que había retrasado al máximo porque confiaba poder entregarlos a las fuerzas españolas que concluyesen el asedio. Es una amarga página que refleja la magnitud del drama -"contra mi voluntad y sentimientos"- "ante la presión de las circunstancias", "medida terrible y dolorosa" que ya era "fatal y precisamente ineludible" sin la cual se produciría "flojedad en el mando" y se hacía imposible el éxito en el intento de llegar a salvarse, puesto que la marcha era imposible con los dos presos, "Fue amargo pero fue muy obligado" -dice Martín Cerezo en su relato- "La ejecución se realizó sin formalidades legales, totalmente imposibles".

En este caso concreto el fraile franciscano que escribió las memorias del asedio, Felix Minaya, en aquel clima de alucinación, dice: "En este día recibieron la muerte los presos (1 de junio) el cabo Toca y el soldado Menache. Con sentimiento de mi alma murieron estos dos infelices sin haber podido ser auxiliados con los sacramentos que recomienda la Iglesia para sus hijos en tales momentos; pero no fue culpa nuestra pues tanto el P. Juan como yo ignorábamos que dejarían de existir en aquella hora. Dios los haya recibido en su seno pues no eran tampoco malos cristianos".

Y el desenlace. Aquella noche era muy clara y obligó a retrasar la salida hasta la noche siguiente. Horas lúgubres y amanecer del día 2 de junio de 1899. Martín Cerezo lee los periódicos españoles dejados por el Teniente coronel Aguilar -que aún consideraba excelentes falsificaciones hechas en Filipinas-, y descubre la noticia de su amigo que logra el destino en Málaga. Esto no podían inventarlo los filipinos y la sorpresa le extremeció; los periódicos eran auténticos.

Filipinas se había perdido y la defensa de aquella hectárea no tenía ya sentido, y partiendo de este "rayo de luz" el intento de llegar a líneas españolas era un imposible. "No hallé- dice Cerezo- pues, más remedio que la capitulación y acto seguido hice reunir a la tropa" y propuso -"pactar con el enemigo".

Y hubo reacción adversa, por parte de muchos. Dice el teniente: -"ahogándome también de llanto y coraje"- les razona que no había otro remedio y que había que confiar en lo prometido por los Jefes enemigos. En el relato de Martín Cerezo, hablaron los 31 con la voz del pueblo: "Pues, entonces, me respondieron, haga usted lo que mejor le parezca; usted es quien lo entiende". Con la unanimidad de pareceres acerca de las condiciones de la rendición que se pedían, se enarboló bandera blanca y el corneta (Gonzalez Roncal, que lloraba de emoción y que no quería rendirse), tocó atención.

Este relato que escribe D. Pedro Ortiz Armengol, aunando y complementando lo escrito por el Teniente Martín Cerezo y por el padre Felix Minaya, lo resume así: Minaya dice que él siempre estuvo a favor de la capitulación, pues lo había pensado detenidamente. Pero la mayor parte de los soldados se negaban, temían represalias de los revolucionarios, malos tratos y muertes. Y el buen franciscano escribió a continuación: "El Teniente Martín, aunque todavía algunos estaban descontentos, mandó al corneta que tocase a capitulación". Pero el padre Minaya anota algunas cosas que en aquel caso extremo comentaban los soldados: "no querían entregarse, de minguna manera" y llega a mencionar "aquella especie de sublevación". Y Minaya menciona que fue un soldado que invocó la confianza que le inspiraban los dos frailes "el bien que nos han hecho en un año;ellos saben mejor que nosotros lo que hacer"... Y convenció a todos. Aquel soldado se llamaba José Giménez Berro, de Almonte (Huelva) profesión, del campo. Fue un gran consejo, que obedecía y respetaba la decisión del teniente, del médico y de los frailes. Avisado el Teniente Martín por el P. Juan de la determinación de los soldados, el teniente ordenó al corneta el toque. La corneta vibró "desesperadamente" tocada por aquel labrador de 24 años de Zaragoza, que se resistió con rabia, al principio, diciendo: "¡Qué trance! ¡Qué hora! "...

Fue una curiosa actitud del teniente dejando que la tropa, reunida a solas y sin él, decidiera, asistida por los frailes que trataron de convencerles. Ya hemos dicho que el Pueblo (la tropa) estaba al principio de la reunión, por la tremenda; nada de capitular, preferían morir luchando en el bosque... pero al fin se convencieron, como ya hemos visto, cediendo a la realidad y a la aventura que creían seguiría a la capitulación.

Dice bella y emocionadamente D. Pedro Ortiz Armengol en su relato: "En el trágico cierre del gran incendio hispánico, he aquí que se pide la aquiescencia del pueblo para tomar la decisión última, y el pueblo opina. Y la Iglesia, como desde hacía cuatrocientos años, inclina con su fuerza y su prestigio la opinión del pueblo (la tropa) y se llega al final acuerdo... El trágico colofón de Baler está lleno de significados y de grandeza, la que correspondería en justicia".

Y al final la capitulación. Ya se ha dado cuenta de aquel momento histórico, anteriormente, y se adjunta al acta de la capitulación. Habían sido 337 días de asedio escrito sin contar la situación del aislamiento y acoso de los anteriores destacamentos a partir de septiembre de 1897, casi dos años atrás.

El Capitán Las Morenas estuvo al frente en los cuatro meses primeros. Saturnino Martín Cerezo en los casi siete últimos.

Y después ya es sabido el famoso Decreto de Aguinaldo, rindiendo honores a aquella tropa de héroes... Y el regreso a la Patria; y agasajos y honores y condecoraciones... Después, con una pequeñísima pensión, todo arreglado y casi todo olvidado.


Estado actual

BIBLIOGRAFIA
-LOS ROSTROS DEL MITO
-LORETO GALLEGO-HEROE DEL BALER 1898-1899
EL SITIO DE BALER Y "LOS ULTIMOS DE FILIPINAS"
-CEDIDOS POR EL AYUNTAMIENTO DE TRONCHON